La autonomía intelectual en la formación doctoral

La autonomía intelectual en la formación doctoral

María Abigail Sánchez Ramírez,
doctora en Pedagogía

En México, una tercera parte de las personas con licenciatura acude a instituciones[1] públicas o privadas para realizar estudios de posgrado. Su intención es obtener un grado académico que les permita continuar con sus aspiraciones laborales, económicas y personales. Esta decisión depende, en muchos de los casos, de las relaciones sociales, las experiencias laborales y académicas (López, 2015).

Hay dos tipos de doctorados reconocidos en México[2]: en investigación y profesionalizantes. El primero tiene como principal objetivo profundizar en el desarrollo del saber, con pleno dominio de la metodología de la investigación científica y una producción académica original en el área o disciplina específica. El segundo se especializa en el dominio de competencias específicas en un campo profesional, con plena capacidad de aplicarlas con base en las necesidades del contexto (Sánchez, 2008).

Para el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), el doctorado profesionalizante es el que tiene como campo de estudio una disciplina profesional y se diferencia del doctorado en investigación por el nivel adquirido relacionado con esa profesión. Este tipo de doctorados ofrece a las Instituciones de Educación Superior (IES) la manera de vincularse de manera efectiva con los diferentes sectores de la sociedad.

Para el estudiantado, este tipo de programas doctorales ofrece nuevas oportunidades de desarrollo laboral y profesional, así como adquisición de experiencia en la práctica de habilidades especializadas (CONACyT, 2016). Algunos programas doctorales profesionalizantes combinan sus seminarios, asignaturas o módulos con proyectos de investigación que son llevados a cabo, en muchos de los casos, en los lugares y áreas de trabajo.

Quien decide estudiar un doctorado se encuentra con algunos factores que inevitablemente deberá considerar, en especial, el aspecto económico, los planes futuros y las condiciones sociales o familiares. En muchos casos, también influye el medio donde se desenvuelve o las relaciones con sus pares o colegas, sin dejar a un lado el análisis de las opciones con las que se cuenta en circunstancias particulares (López, 2015).

Los doctorados en investigación, por lo general, son de tiempo completo y presenciales, mientras que los profesionalizantes son presenciales, a distancia o de tiempo parcial, con algunos elementos de aprendizaje en línea, ambos con énfasis en que profesionales con experiencia adquieran nuevas competencias (CONACyT, 2016).

La formación doctoral tiene como función desarrollar competencias para hacer investigación al más alto nivel. Es importante considerar que cualquiera que sea su orientación o enfoque, ambos tipos de programas evidenciarán las capacidades adquiridas a través y durante el periodo formativo que contribuya a la disciplina correspondiente (Sánchez, 2008).

El Consejo Mexicano de Estudios de Posgrado (COMEPO) precisa el tipo de competencias que priorizan los programas de posgrado en sus procesos de formación de instituciones públicas y privadas. Los resultados se agruparon en seis competencias: 1) usar y adaptar nuevas tecnologías, 2) impulsar el desarrollo tecnológico, 3) generar innovaciones en el conocimiento y desarrollo tecnológico, 4) aportar al avance del conocimiento (producción de conocimiento), 5) comprender las problemáticas y las necesidades nacionales y estatales, y 6) proponer estrategias y acciones para la solución de problemáticas y necesidades. Estas dos últimas, se puede decir, son complementarias y llevan a un mismo fin (COMEPO, 2015).

Después de especificar el tipo de competencias que se deben desarrollar durante la formación doctoral de todo profesional, será importante considerar también la autonomía intelectual como la base de todo esto. 

La autoconstrucción de la persona independiente se realiza conforme se va formando: pensar por sí misma, dominar su proceso mental de razonamiento, analizar y evaluar como punto de partida la razón y la evidencia. La autonomía está presente cuando un ser humano encuentra su camino al actuar adecuadamente a partir de sus propios recursos y al asumir que es constructor de su propia historia.

Durante el proceso formativo que el individuo va viviendo, la autonomía intelectual se va haciendo presente, por ejemplo: cuando elige el tema que trabajará en la tesis de licenciatura y vive la experiencia de realizarla, el individuo da muestra de sus habilidades investigativas, de su autonomía, de tal manera que encontrar un ángulo diferente para analizar un objeto y desarrollar su tesis con una redacción original y exponerla con claridad son actividades que hacen que cobre importancia elaborar un trabajo de grado; es señal, como dice Martínez (1999), de una buena capacidad intelectual.

En el doctorado, la autonomía intelectual se manifiesta tanto en la capacidad de argumentar con solidez las propuestas teóricas y metodológicas emanadas del análisis crítico de la información como en la capacidad de reflexionar críticamente sobre esta y visualizar sus debilidades o insuficiencias. Asimismo, implica reflexionar de manera crítica sobre la información científica, proponer explicaciones alternativas a los fenómenos o hechos, así como soluciones viables y originales, sin olvidar responder a las interrogantes que se plantean y comprender integralmente los problemas del área de conocimiento, incluso de la realidad misma. Todo lo anterior tiene como base una formación sólida y una autonomía intelectual.

La autonomía intelectual implica que el individuo esté inmerso en un proceso de formación en un tipo de sociedad particular llamada por Fresán (2001) “comunidad disciplinaria”. Para lograr esta autonomía es necesario que el ambiente en el que se desenvuelve propicie la libre expresión de ideas y opiniones sobre los temas estudiados, así como generar discusiones y diálogos académicos, en los que prevalezca el respeto para propiciar seguridad y confianza en sí mismo; supone también una práctica flexible y adaptativa, de independencia, favoreciendo el crecimiento personal del individuo en formación.

Por lo tanto, el logro de la autonomía intelectual es el resultado de un conjunto de rasgos propios del individuo, los cuales se desarrollan en el proceso de formación, se construyen y reconstruyen a través de su experiencia académica y profesional, con apoyo de sus pares dentro de una comunidad académica, de su preparación y compromiso, y que se ven reflejados en su producción original, con un estilo propio que lo hace evolucionar y recibir el reconocimiento de sus pares y de la sociedad (Sánchez, 2015). Dichos rasgos en realidad se encuentran en un proceso de evolución durante su formación, en su papel como docente y en su experiencia en la investigación.

Sánchez (2015) realiza entrevistas a investigadores con la finalidad de identificar los rasgos de la autonomía intelectual que fueron desarrollando desde el inicio de su formación en la licenciatura hasta llegar a ser investigadores. En este escrito se mencionan solo algunos elementos que pueden desarrollarse y fortalecerse en la formación doctoral: autonomía, liderazgo, participar en proyectos de investigación y/o redes académicas o de investigación, asistencia y participación en congresos u otros eventos académicos, aprender a investigar, producción de trabajos con base científica, socializar, ejercer la docencia y conocer el o los contextos donde se desenvuelve profesionalmente, entre los más importantes. Todo esto se debe fomentar desde la licenciatura y fortalecer en el posgrado para que después, con la experiencia, la autonomía intelectual se vaya consolidando.

Algo que sucede con la autonomía intelectual es que no se percibe ni nos percatamos de en qué momento realmente se hace presente; esto la hace parecer como un elemento invisible o tan natural que pasa desapercibida, quedando entonces en la oscuridad. Con esto nos referimos a que es poco abordada, sin embargo, resulta fundamental para el ser y actuar de todo profesional, por lo que se convierte en un elemento fundamental para el crecimiento y consolidación del individuo con grado de doctor.

Las pinceladas que hemos trazado en este artículo tienen la intención de llevar a todo aquel que aspira o se está formando en el doctorado a reflexionar sobre lo que significa desarrollar la autonomía intelectual. Cierro este escrito con una cita de Piña y Mireles (2000):

la formación es un proceso de transmisión y asimilación de saberes relacionados con una disciplina, de las habilidades particulares de ésta y de una concepción sobre la vida. Ésta es posible si la persona tiene compromiso con su formación, si está dispuesta a cultivar constantemente su disciplina (p. 89).

Si creemos que la admiración a un doctor o doctora es como en las películas, lamento decir que no, la exigencia y demanda social y profesional es muy alta. Sin embargo, el individuo que posea autonomía intelectual, gracias a su formación y experiencia, puede lograr la autorrealización y el reconocimiento académico y social.

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[1] Del total de Instituciones de Educación Superior (IES) en México, 59 % corresponden a instituciones privadas y 41 % a públicas.

[2] La historia de los doctorados en México inicia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1551.


Referencias

Consejo Mexicano de Estudios de Posgrado [COMEPO] (2015). Diagnóstico del Posgrado en México: Nacional. COMEPO.

Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (2016). Marco de referencia para la evaluación y seguimiento de programas de posgrado en la modalidad no escolarizada. https://www.conacyt.gob.mx

Fresán, M. M. (2001). Formación doctoral y autonomía intelectual. Relaciones causales [Tesis de doctorado]. UCM y Universidad Anáhuac, Facultad de Educación.

López, M. (2015). La decisión de estudiar el doctorado en México o en el extranjero: ¿determinación social, herencia de rutas académicas o construcción de destinos?. Estudios Sociológicos, XXXIII (98), 429-446. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=59844199007

Piña, J. M. y Mireles, O. (2000). El proceso de socialidad y de vida académica. En R. Sánchez y M. Arredondo (coords.), Posgrado en Ciencias Sociales y Humanidades. Vida académica y eficiencia terminal. CESU-UNAM. pp. 79-108.

Sánchez, J. (2008). Una propuesta conceptual para diferenciar los programas de postgrado profesionalizantes y orientados a la investigación. Implicaciones para la regulación, el diseño y la implementación de los programas de postgrado. Ciencia y Sociedad, XXXIII(3), julio-septiembre, pp. 327-341. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=87011545002

Sánchez, M. A. (2015). Autonomía intelectual. El caso de los investigadores en educación. Díaz de Santos, UNAM.

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